martes, 17 de julio de 2012

Favores al Alma (pt. 1: Russian Red)

Si, porque las clases se acabaron hace dos semanas, es necesario hacerle favores al alma que tanto aguanta. Y ojo que no le estoy sugiriendo que vaya a la cima de alguna montaña mística a hacerse alguna sanación/ritual pachamámico. Para nada. Porque a veces los rituales no requieren de mucha parafernalia, si no que son más bien, cosas bastante sencillas.

Es por eso que estas vacaciones se trata de esos pequeños rituales. Rituales POP, obviamente.

Así que hágame caso, y hágale un par de favores a su alma.

Y escuchar a Russian Red es definitivamente hacerle un favor al alma. Y que el nombre artístico de la Feist española -como la han catalogado- haga referencia a un color de lápiz labial (Rojo Ruso?) la hace tanto más pop (Ok, ok, la chica será indie, folk, lo que quieran, pero se entiende el punto).

Lourdes Hernández, la voz detrás de Russian Red, tiene 2 discos a su haber: I Love Your Glasses (2009) y Fuerteaventura (2011). En su tiempo rallé con I Love Your Glasses, aunque nunca me llevó a gritarle al mundo y a todo mi círculo de amigos que tenían que escucharla (puedo ser muy insistente con esas cosas). Era de esos discos que a uno le gusta mantener en secreto. Y es que Cigarretes, They Don't Believe, Gone, Play on son NOTABLES (de hecho, le aseguro que usted puede escuchar They Don't Believe en modo repeat al menos cinco veces).

Debo confesar que Fuerteaventura no tuvo el mismo efecto en mi. Por supuesto que la voz rasposa y profunda de Lourdes, que a veces parece estar a punto de quebrarse, tenía el mismo encanto que en I Love Your Glasses. Al parecer me faltaban los teclados melancólicos y las cuerdas solitarias que abundan en I Love Your Glasses como en Kiss My Elbow (si usted quiere sufrir un poco, vaya por ella AHORA YA!). Pero resulta que el encanto de Fuenteaventura está precisamente en la fórmula contraria. Letras pasadas a pena combinadas con melodías que se encuentran en el límite de lo feliz y lo desgarrador. Efecto por  paradoja, se podría decir. Si no me cree, escuche Everyday, Everynight.





Perfecta. Simplemente perfecta. Y un video precioso. Y yo me pregunto por qué no son éstas las mujeres que suenan en la radio todo el día, junto con las Fiona Apples, las Tori Amos, las Yael Meyers, etc. Le harían un favor al alma de tantos.

Por supuesto que Fuerteaventura tiene su propia They Don't Believe con The Sun, The Trees, y I Hate You But I Love You tiene su onda con Kiss My Elbow o Gone, Play on, pero tiene ese elemento que dentro de lo triste, la hace feliz. Así que hágale un favor a su alma y escuche a Russian Red. Le prometo que no se va a arrepentir (Otro dato: Escuche su versión folky del clásico de Olivia Newton-John, Girls Just Wanna Have Fun).


Y entre otros favores al alma está escribir, sólo por escribir, como este post :)

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Experimentos en Inglés

Las palabras son curiosas. Siempre me ha parecido que existen palabras en inglés que tienen un peso mucho más grande que sus equivalentes en español, o viceversa. "Regret" -"Arrepentimiento" en español- es precisa, y parece cortar, como un cuchillo. The regret o I regret suena tanto más definitivo que el arrepentimiento o me arrepiento. O palabras que simplemente no encuentran la traducción adecuada. "Numb" por ejemplo parece abarcar un estado mucho más complejo que el "entumecimiento". Y aún así, siempre me ha costado escribir en inglés. Las palabras siempre llegan aisladas, en pequeños fragmentos. Pero bueno, algo se ha de hacer con esos fragmentos, como este:

From across the room, they looked like strangers forced to share a table in the food court, in those moments when it was far too crowded to have the privilege of a moment of cherished solitude and quietness among the sea of people yelling and struggling to get their food. But the truth was that they had always been strangers. Strangers to each other, and strangers for themselves. They had shared a bed for more than thirty years. In that time, they had memorized the movements of one another. The way in which their bodies moved in that bed. But they have never learned to listen to their silences, the moments in which their bodies remained still, leaving vast zones of themselves far from the reach of each other, spaces that remained unknown until today.
Observing them, a sudden sadness came upon me. I had always thought that once I had left, there wouldn't be much to be done. Everything would turn into silences and they would be forced to listen to them. It'd come to the point in which they would realize that they had stuck together all those years for the sake of my bringing up, and now that I was gone they could finally go their separate ways. It'd come the time when they would have to accept that they didn't speak the same language.
But coming back home and finding them still together, sharing all those uncoded silences, made me realize how lonely they are. They are strangers, but at least they make company to each other. It was the fear of loneliness that kept them together.

viernes, 2 de septiembre de 2011

El cuento que no me llevó a Zambra

Esta semana, mis aventuras literarias (dándoselas de escritor) me llevaron a postular a última hora a un taller de Narrativa con Alejandro Zambra (Profesión: ídolo. Como diría MJ). Esto como parte del plan de contingencia literario que me llevó a mandar 'La mortaja' (algún día pensaré en un mejor título) al concurso literario de la universidad, y la energía creativa que me rodea hace unas semanas. Pero la suerte no estuvo de mi lado con Zambra. De todas formas, al menos puedo decir que mi colección de cuentos ya no se reduce a uno, ahora hay dos. Y aquí está 'Instructivo', el cuanto que no me llevó a Zambra.

Instructivo

“Lavarse las manos con agua y con jabón después de la aplicación.” El agua de la llave está corriendo. Teresa mira la lata y luego el lavamanos con los pelos minúsculos que se pierden en el desagüe. Julio se ha afeitado después de hacerle el amor. Es sábado y los niños no han llegado aún. Teresa pudo haber hecho todo el ruido que hubiese querido, pero ha sido un acto silencioso. No un silencio de discreción ni de complicidad, sino el silencio de, tras casi treinta años acostándose con la misma persona, finalmente no tener nada que decir.

Treinta años atrás, antes de casarse, Teresa y Julio eran distintos. Cada vez que podían estar solos, estaban el uno encima del otro. El sudor de Julio en ese entonces era el de un hombre de campo, sus poros filtraban una brutalidad media salvaje. Ahí si que Teresa hacía ruido. Pero habían cambiado. La ciudad los había cambiado.

El agua sigue corriendo. Julio le ha hecho el amor y se ha afeitado. Ha preferido frotar su barbilla espinosa y puntiaguda contra su piel demasiado sensible, demasiado blanca. Efectivamente, de a poco comienza a sentir la irritación en su cuello y sus mejillas, dibujando manchas rojas en su piel. Y luego vendrá la comezón. El deseo incontrolable de rascarse.

“Mantener fuera del alcance de los niños.” Teresa hace una mueca. Oscar y Patricio ya tienen más de veinte años y aún les sigue diciendo ‘los niños’, aunque fue hace mucho la última vez que realmente los sintió ‘sus niños’, el Oscarito y el Patito. Probablemente lleguen a la hora de almuerzo.

“Mantener el envase lejos de los alimentos.” Arroz con pollo, piensa Teresa. Oscarito y Patito volverían a la hora de almuerzo. El agua aún corriendo frente a ella. No tiene ganas de cocinar nada más. Quizá un poco en el arroz. Una gotita. De todas formas no les gustará. Sobre todo a Julio, que siempre le ha dicho que el arroz no le queda bien, que le falta cocción. No puede ser tan malo, tal vez un poco más amargo que de costumbre. Ni lo notarán.

“De acción instantánea.” La rapidez le vendría bien. Casi treinta años. Incluso, quizá debería ahorrarse el trámite de la comida y aplicarlo directamente. Sobre Julio, sobre Oscarito, sobre Patito. Sobre el silencio del sexo tenido hoy en la mañana, sobre el ruido frenético del sexo alguna vez tenido, treinta años atrás. Unas gotas sobre el presente, sobre el pasado, sobre el futuro. Sobre ella misma.

El agua sigue corriendo. Finalmente, Teresa toma la lata de insecticida, el Tanax, del botiquín del baño y lo rocía cuidadosamente sobre su pelo que ya se ve invadido por las canas de los cincuenta años. El olor del aerosol la aturde. Los pelos de Julio ya no están, se han esfumado por el desagüe. Teresa toma el jabón y procede a lavarse las manos con cautela y movimientos metódicos y repetitivos, y finalmente cierra la llave.

jueves, 18 de agosto de 2011

Ejercicio de Escritura #2: El Chaleco Rojo

Muchas cosas. Tengo ganas de escribir, pero siempre he tenido problemas para escribir en primera persona, o para escribir diálogos. Me cuesta, al mismo tiempo que me fascina, pensar en ser alguien más, en hablar por alguien más. Y es que construir personajes no es fácil. Y odio utilizar la palabra 'construir' porque suena casi como uno de esos videos instructivos de 'Hágalo usted mismo'. Y ahora tengo un cuento a medio escribir, del cual el personaje se me escapa de las manos a veces. Una traductora que inicialmente buscaría el lugar perfecto de la ciudad para terminar con su novio, pero sé que hay algo más con esta traductora, algo que aún no descubro. Así que hoy decidí buscarle una historia paralela, a ver si me dice algo nuevo, y esto es parte de lo que resultó. El comienzo en medio bruto, pero se siente muy bien escribir de corrido, sin detenerse a pensar mucho en las palabras y en el ritmo, y dejar que por una vez, salgan solas.

Ahora iba a ver a Amalia. Amalia tiene el pelo de un color rojo intenso, y la piel muy clara, la que le costó la mayoría de sus posibilidades de hacer amigos cuando niña. Nadie quería ser amigo de la chica casi invisible, porque Amalia tampoco hablaba mucho. Si no fuera porque en aquel entonces la madre de Elisa acababa de separarse de Rodrigo, su padre, y necesitaba desesperadamente una amiga, y Cristina, la madre de Amalia, se sentó con ella en una reunión de apoderados, Elisa probablemente nunca le habría hablado a Amalia. Porque después de todo, hasta el día de hoy, ella y Amalia no eran tan amigas por opción como lo eran por proxy. Si no fuera por su proximidad casi obligada, Elisa no la habría dejado jugar con sus muñecas, ni le habría prestado su chaleco preferido, una vez que Cristina tardó en ir a buscarla a su casa y ya empezaba a oscurecer. Entonces Elisa la dejó usar ese chaleco rojo que le había traído su padre de uno de sus viajes. Ese venía de Francia. El tono furioso del chaleco combinaba perfectamente con el pelo de Amalia, de hecho, le quedaba mejor que a ella. Elisa aún recuerda el resentimiento que la invadió en ese momento. Quiso abalanzarse sobre Amalia y quitarle el chaleco a la fuerza. Era su chaleco, que le había regalado su padre, y sólo ella debía usarlo, y lo que es más, sólo ella debía verse bien con él (a pesar de que el rojo no fuera su color favorito, a pesar de que le quedara un poco grande, y las mangas le cubrieran gran parte de la mano, restringiéndole la movilidad, un detalle que le había reprochado a su padre, pero que ahora parecía no importarle).

Pero esa tarde, cuando ya se oscurecía, Elisa no se abalanzó contra Amalia, y la dejó usar el chaleco hasta que su madre finalmente llegó por ella; Elisa, de siete años, sintiendo un alivio que no había conocido hasta entonces. No era como contarle la verdad a su madre sobre alguna mentira que había inventado antes de que la descubriera. Era un alivio más perverso, más parecido al alivio que sentía precisamente cuando inventaba esas mentiras infantiles, la seguridad que le daba saber que ella, y sólo ella, sabía que lo que le había dicho a su madre no era real. Era el alivio de saber que esa noche, ella dormiría con el chaleco rojo, que Amalia volvería a su casa y probablemente se pondría algún pijama desaliñado y feo, mientras ella le diría a su madre que tenía frío, que quería dormir con el chaleco rojo que padre le había traído de Francia, un país del cual hasta entonces, Elisa no sabía mucho, sólo que allí vendían chalecos rojos como el de ella.

viernes, 5 de agosto de 2011

Pasa hasta en las peores películas

Películas de esos viajes entre amigos hay por montones. Y de las peores. Donde al final todos los protagonistas aprenden algo; de la vida, de sus amigos, de ellos mismos (Si es que no es de esas sangrientas en que alguien muere y quedan los restos del trauma). Y parece como el peor de los clichés, pero hay una razón por la cual los clichés son clichés después de todo.

Mi viaje no me llevó muy lejos. Pero los 145 km fuera de Santiago fueron suficientes para cumplir con el cliché. Y así fue como aprendí a amar a The Beatles (que a modo de negación espacial/geográfica han sido mi soundtrack de la semana), a jugar a la chiflota, y a hacer la peor de las mímicas para la palabra 'foreplay'.

Y ahora la casita de Algarrobo parece un lugar casi idílico, donde el silencio en las noches parecía algo increíble (sacado de una película, já). Donde el frío no parecía importar, era, de hecho, perfecto. Una casita de madera donde la estufa estaba siempre prendida y no había noción del tiempo alguna. Y es mejor que se quede así, con la a/temporalidad de un lugar visitado fugazmente por 3 días. Un lugar perfecto, en el cual vivir, sería un crimen. Algo así como los 'Strawberry Fields'.


jueves, 14 de julio de 2011

Poniéndose al día con las películas de ayer (y con el blog)

Estoy de vacaciones. Probablemente perdí unos cuantos litros de sangre escribiendo mi final paper de Life-Writing, uno de los más sufridos, y de los que menos me gustan. Pero si le preguntan a alguien, nunca me gustan mis papers, pero eso es otro tema. El punto es que estoy de vacaciones, y eso significa que hay tiempo para leer los libros que quedaron a medio leer, o sin leer simplemente. Y también, en mi mundo, estar de vacaciones significa una dosis poco saludable de comedias románticas, "las conspiraciones del capitalismo que destruyeron mi habilidad de amar", como dijera Peter en "Love and Other Disasters" (y de paso, mi película pseudo-biográfica).

Pero esta vez las vacaciones partieron diferente, y la película elegida fue "Cinema Paradiso", una película italiana de fines de los 80. Y es que hace tiempo una película no me hacia tan feliz. Lejos de ser una comedia romántica, la película tiene ese toque de inocencia que a veces le hace falta a uno entre tanta teoría sesuda de la otredad. Esa inocencia dada no solo por el personaje infantil y su simplicidad al mirar la vida, sino que la inocencia también del pueblito italiano en medio de la nada, donde ver una película se convierte en todo un evento social. Es de esas películas que simplemente hacen bien. Así que si anda en un mal día, en que todo le parece negro, vea unos 10 minutos de "Cinema Paradiso" y recordará que la vida es mucho más simple de lo que uno la piensa. Y así es como el target de las vacaciones de invierno dejan de ser las comedias románticas de turno y se re dirigen hacia los clásicos que uno no puede dejar de ver.

Hoy me tocó "Good Bye, Lenin", que siempre había visto a pedacitos, y finalmente hoy vi completa. Me gustó, pero no me encantó. Es una película oscura, en todos los sentidos. Una fotografía lúgubre, quizá un modo de capturar la decadencia de la Alemania Oriental de aquel entonces. Una película que encierra una mentira oscura, llena de sombras y fantasmas del pasado (en todos los sentidos). No sé, quizá no era el día adecuado para tanta oscuridad. Ahora se viene "Schindler's List". Pañuelos y tripas preparados. A ver que tal nos va.

Y entre otras cosas, el cuentito ganó. Se fue al concurso de cuentos de la Universidad, y se ganó un premio. No fue ni un primer ni un segundo lugar, pero para ser el primero, la mención honrosa me viene bien (y sobre todo la publicación el próximo año). Ahora lo difícil es seguir escribiendo. Estamos trabajando para usted...

jueves, 10 de febrero de 2011

(Des)Inspiración

Hay autores que a uno lo atormentan. Un tormento dulce, si se puede decir. De esos que uno lee, disfruta, subraya, pero que al mismo tiempo uno odia, porque nunca podrá escribir como ellos. O porque le falta a uno mucho para llegar a eso. Pero por el contrario, existen otros autores, que también uno lee, disfruta y subraya, pero que lo impulsan a uno a escribir. Con Nicole Krauss es un poco de los dos. La odiamos porque escribe tan bién, porque lo hace a uno rabiar y hasta llorar. Pero también es de esas que se leen, y le dan a uno ganas de escribir. Al menos ese es mi caso.

Mi cuento, mi paréntesis, sigue avanzando, aunque de a poco se va desviando. Lo que partió como el paréntesis, como esos momentos que escapan un poco de la mirada general, de a poco se transforma en los paréntesis, o más bien, en un compilado de relaciones disfuncionales. Pero sigo con mi plan de no leer. Yo simplemente escribo, y cuando llegue a una cantidad satisfactoria, leo, borro, agrego. A ver que tal sale mi proyecto de, de una vez por todas, terminar un cuento.

Por mientras, Nicole Krauss y su última novela hacen maravillas. Me dan pataletas, y me hace reír, y para mejor, me dan ganas de escribir.