viernes, 2 de septiembre de 2011

El cuento que no me llevó a Zambra

Esta semana, mis aventuras literarias (dándoselas de escritor) me llevaron a postular a última hora a un taller de Narrativa con Alejandro Zambra (Profesión: ídolo. Como diría MJ). Esto como parte del plan de contingencia literario que me llevó a mandar 'La mortaja' (algún día pensaré en un mejor título) al concurso literario de la universidad, y la energía creativa que me rodea hace unas semanas. Pero la suerte no estuvo de mi lado con Zambra. De todas formas, al menos puedo decir que mi colección de cuentos ya no se reduce a uno, ahora hay dos. Y aquí está 'Instructivo', el cuanto que no me llevó a Zambra.

Instructivo

“Lavarse las manos con agua y con jabón después de la aplicación.” El agua de la llave está corriendo. Teresa mira la lata y luego el lavamanos con los pelos minúsculos que se pierden en el desagüe. Julio se ha afeitado después de hacerle el amor. Es sábado y los niños no han llegado aún. Teresa pudo haber hecho todo el ruido que hubiese querido, pero ha sido un acto silencioso. No un silencio de discreción ni de complicidad, sino el silencio de, tras casi treinta años acostándose con la misma persona, finalmente no tener nada que decir.

Treinta años atrás, antes de casarse, Teresa y Julio eran distintos. Cada vez que podían estar solos, estaban el uno encima del otro. El sudor de Julio en ese entonces era el de un hombre de campo, sus poros filtraban una brutalidad media salvaje. Ahí si que Teresa hacía ruido. Pero habían cambiado. La ciudad los había cambiado.

El agua sigue corriendo. Julio le ha hecho el amor y se ha afeitado. Ha preferido frotar su barbilla espinosa y puntiaguda contra su piel demasiado sensible, demasiado blanca. Efectivamente, de a poco comienza a sentir la irritación en su cuello y sus mejillas, dibujando manchas rojas en su piel. Y luego vendrá la comezón. El deseo incontrolable de rascarse.

“Mantener fuera del alcance de los niños.” Teresa hace una mueca. Oscar y Patricio ya tienen más de veinte años y aún les sigue diciendo ‘los niños’, aunque fue hace mucho la última vez que realmente los sintió ‘sus niños’, el Oscarito y el Patito. Probablemente lleguen a la hora de almuerzo.

“Mantener el envase lejos de los alimentos.” Arroz con pollo, piensa Teresa. Oscarito y Patito volverían a la hora de almuerzo. El agua aún corriendo frente a ella. No tiene ganas de cocinar nada más. Quizá un poco en el arroz. Una gotita. De todas formas no les gustará. Sobre todo a Julio, que siempre le ha dicho que el arroz no le queda bien, que le falta cocción. No puede ser tan malo, tal vez un poco más amargo que de costumbre. Ni lo notarán.

“De acción instantánea.” La rapidez le vendría bien. Casi treinta años. Incluso, quizá debería ahorrarse el trámite de la comida y aplicarlo directamente. Sobre Julio, sobre Oscarito, sobre Patito. Sobre el silencio del sexo tenido hoy en la mañana, sobre el ruido frenético del sexo alguna vez tenido, treinta años atrás. Unas gotas sobre el presente, sobre el pasado, sobre el futuro. Sobre ella misma.

El agua sigue corriendo. Finalmente, Teresa toma la lata de insecticida, el Tanax, del botiquín del baño y lo rocía cuidadosamente sobre su pelo que ya se ve invadido por las canas de los cincuenta años. El olor del aerosol la aturde. Los pelos de Julio ya no están, se han esfumado por el desagüe. Teresa toma el jabón y procede a lavarse las manos con cautela y movimientos metódicos y repetitivos, y finalmente cierra la llave.