jueves, 10 de febrero de 2011

(Des)Inspiración

Hay autores que a uno lo atormentan. Un tormento dulce, si se puede decir. De esos que uno lee, disfruta, subraya, pero que al mismo tiempo uno odia, porque nunca podrá escribir como ellos. O porque le falta a uno mucho para llegar a eso. Pero por el contrario, existen otros autores, que también uno lee, disfruta y subraya, pero que lo impulsan a uno a escribir. Con Nicole Krauss es un poco de los dos. La odiamos porque escribe tan bién, porque lo hace a uno rabiar y hasta llorar. Pero también es de esas que se leen, y le dan a uno ganas de escribir. Al menos ese es mi caso.

Mi cuento, mi paréntesis, sigue avanzando, aunque de a poco se va desviando. Lo que partió como el paréntesis, como esos momentos que escapan un poco de la mirada general, de a poco se transforma en los paréntesis, o más bien, en un compilado de relaciones disfuncionales. Pero sigo con mi plan de no leer. Yo simplemente escribo, y cuando llegue a una cantidad satisfactoria, leo, borro, agrego. A ver que tal sale mi proyecto de, de una vez por todas, terminar un cuento.

Por mientras, Nicole Krauss y su última novela hacen maravillas. Me dan pataletas, y me hace reír, y para mejor, me dan ganas de escribir.

lunes, 7 de febrero de 2011

Los libros deberían tener soundtrack

Ayer empecé a escribir mi cuento. Van 634 palabras, y me parece un buen número para empezar. Después de todo, Virginia Woolf era la que se obligaba a escribir todos los días al menos 200 palabras, al menos cuando escribía Mrs. Dalloway. Con esperanzas de no escuchar voces en griego en ningún futuro cercano, hoy no tengo ganas de escribir, ni de leer. Simplemente espero el momento en que Anna Nalick, o mi nueva chica, Holly Brook, me impulsen a seguir escribiendo. Holly Brook es mi writting soundtrack, mientras que Anna Nalick, que me ha ahorrado miles e infinitas terapias (a ver si algún día le escribo una thank you note, o me las doy de stalker por Twitter y trato de contactarla de alguna forma), es el soundtrack de mi cuento.

Porque sí, siempre he sido de la idea que los libros deberían tener soundtrack. Quizá algún día, cuando ya escriba novelas, una de ellas tendrá un soundtrack específico. Así como que cada capítulo tenga por título una canción, ó, incluir en junto al libro un CD con la música con que me imagino al lector leyendo la novela.

Mi cuento, mi paréntesis, se basa principalmente en 3 canciones de Anna Nalick: "The Lullaby Singer", "Words", y "Break Me Open". Las tres, sobre todo "Words" calzan perfecto con el mood de mi cuento, a veces con la historia misma y con los personajes, y hasta pienso en agregar un epígrafe con alguna estrófa o línea de esas canciones, o quizá incluir alguna línea como diálogo, quien sabe. Pero si alguna vez llega a leer mi cuento, no olvide poner esas 3 canciones en constante repetición.

Pero en serio, han habido libros a los que les he construído soundtrack. Con "Dear Zoe" de Philip Beard, me pasó que al terminar de leerla, "Teachin' Myself to Dream" de Katy Rose no paraba de sonar en mi cabeza, como el track número del soundtrack. La cancioncita que suena de fondo cuando Tess -la quinceañera protagonista- besa a Jimmy -el chico rebelde- por primera vez, o cuando fuma marihuana por primera vez, lo que conduce a una de las escenas más memorables del libro, en dónde la voz de Katy Rose se escucha a todo volumen en mi cabeza.



O tampoco falta la novelita en que algunas escenas se dibujan en mi cabeza y se siguen como buen trailer de película (Con "Dear Zoe": escenas frenéticas de hospital y Regina Spektor que canta: "But God could be funny"). A veces me pasa con "Extremely Loud and Incredibly Close", de cuya adaptación cinematográfica hablaremos cuando sea correspondiente, pero hasta ahora, las cosas no se ven bien. Porque imaginarse una novela así en versión película ya es difícil. Y no lo digo sólo porque sea mi novela favorita.

Una difícil de imaginar es "Time's Arrow", en el top 3 de mis novelas de todos los tiempos, creo. Es que un trailer como ese requiere la oscuridad de alguien como Gaspar Noé (el director de Irreversible), y el soundtrack... no lo sé, alguien igual de oscuro y experimental. Quizá Hans Zimmer.

En fin, no es que espere que cada una de las novelas que leo se transforme en película, lo que me hace pensar en la fiebre de adaptaciones literarias que afecta a Hollywood de vez en cuando. Directores que a veces salen airosos, y otros que a veces fallan miserablemente. Pero ese ya es otro tema. Por ahora, yo me dedico a escuchar a la Nalick.

viernes, 4 de febrero de 2011

Una semana sórdida


Esta ha sido una semana sórdida. Entre terminar mi lectura de Faulkner, seguir con Swift y mi genial idea de empezar a ver la triología de "Los Tres Colores: Azul, Blanco y Rojo."

Faulkner es sórdido. Eso ya lo sabíamos desde "The Sound and The Fury". Y "As I Lay Dying" no se escapa. Sin embargo, la gran diferencia entre ambos es que el trasfondo narrativo del primero funciona mucho mejor que el del último, pero ambos brillan por la técnica de Faulkner. Porque de que tiene un estilo único, lo tiene.

Si "The Sound and The Fury" funciona por su atmósfera neblinosa, imbuida de recuerdos oscuros que apenas se dejan ver para lector, "As I Lay Dying" tiene algo de eso también. Los secretos familiares, frecuentes en la narrativa de Faulkner al parecer, se enredan en las voces de cada miembro de la familia, personajes medios animales que en pequeños capítulos dejan entrever algo imágenes de traición, adulterio y odio, mientras acarrean el cadáver de la madre para ser enterrado.

Si bien, la técnica de los múltiples narradores es brillante, y nos deja apreciar la retorcidas relaciones que configuran a la familia Bundren, a veces la historia del entierro de la madre se vuelve una mera excusa para explorar la técnica. Y hay momentos en que el traslado del cadáver como centro narrativo se vuelve tedioso y cuesta seguir leyendo, pero dejar de hacerlo sería como dejar el cadáver tirado allí, en medio de la nada.

Pero tanto esfuerzo tiene su recompensa. Porque si en "The Sound and The Fury" uno se queda con las ganas de escuchar a Caddie -la pobre difamada por todos sus hermanos- acá Faulkner no nos deja con las ganas y le dedica un capítulo a la fallecida, a la razón de toda esta travesía, y es BRILLANTE. Si bien es sólo un capítulo, Faulkner recupera todos los puntos que había perdido en las 160 páginas anteriores. Y es aquí precisamente donde uno puede apreciar la genialidad de la construcción de esa sordidez que caracteriza a Faulkner. Una construcción que no es para nada explícita, y se esconde detrás de telarañas de palabras engañosas y vagas, pero que guardan una verdad que al momento de descubrirla, acuden las arcadas correspondientes. Y así es como el capítulo de Addie nos entrega líneas del tipo: "He had a word, too. Love, he called it. But I had been used to words for a long time. I knew that that word was like the others: just a shape to fill a lack." (Él tenía una palabra también. Amor, la llamaba. Pero yo había me había acostumbrado a las palabras por largo tiempo. Sabía que esa palabra era igual que las demás: sólo un contorno para llenar un vacío). Y le estamos eternamente agradecidos a Faulkner por ese capítulo, que al final lo hace a uno recuperar la fe en lo que viene, y lo impulsa a seguir leyendo hasta el final.

Y por último está Bleu, Blue, o Azul, la primera parte de la triología de los tres colores del poláco Kieslowski. Una película triiiiiiiste y con un soundtrack maravilloso. Cercana a lo que es Wong Kar-wai (y parece que tengo dislexia asiática, porque me costó un mundo escribir el nombre), la película narra principalmente el después en la vida de Julie, un después marcado por la tragedia.

Lo interesante es como el director conjuga un guión casi carente de diálogo con un soundtrack dramático para crear una atmósfera de esas que pocas veces se logran en una película. Una atmósfera contenida, tal como Julie. Una atmósfera que siempre está a punto, alcanzando las notas más altas y las más dramáticas. Como esos encuentros entre Chow y la Sra. Chan en la entrada del edificio donde viven en Con Ánimo de Amar, cargados de tensión, pero al mismo tiempo tan cotidianos, acompañados por el vals de la película, que es hermoso, y le da ese toque de contención.

Así es como las escenas de Julie nadando, acompañadas por una orquesta monumental, se vuelven icónicas en la película, como los momentos en que todo está a punto de estallar, pero no lo hace.

Es difícil comentar una película como ésta sin entrar en detalles de su historia, de sus escenas cargadas de emoción contenida (y es que no encuentro otra palabra para describirla); por lo tanto, no me queda más que decir que: Véala, y disfrútela.

martes, 1 de febrero de 2011

SANT(iago) se lee como collage

Mientras yo me autoprohibo hacer click en el ícono de Microsof Word -y con poco éxito vale decir, si soy tan terco- Gmail me saluda con un mail que empieza: "Hola Juan pablo, ya publicamos la crítica de Sant, que está muy buena. En Enero estábamos full con Santiago a mil, que fue suficiente para llenarnos, pero estará arriba todo febrero y hasta marzo." Y se siente bien. Aunque sea una crítica en una revista online, se siente bien.

La ciudad de Santiago se merece una historia viva y SANT, de María José Navia, viene a ofrecer un buen mapeo o collage de las historias que se intersectan entre sus calles, opina Juan Pablo Vilches.

Santiago no es ni París ni Nueva York, por lo que estamos muy lejos de tener nuestro propio "Paris Je T'Aime" o nuestro "New York, I Love You". Sin embargo, a falta de una torre Eiffel, tenemos una torre Entel, y de un puente de Brooklyn tenemos un Puente Loreto. Y es que bajo el smog que cubre y ensucia nuestra ciudad también se tejen historias que esperan ser contadas, historias que escapan lo ordinario, y, por sobre todo, historias que ya era hora que alguien se decidiera a contar.

Así es como se construye SANT, la primera novela de la joven escritora María José Navia, como "la voz de todos los que un día tuvieron algo que contar", como reza uno de sus epígrafes, tomado de una canción de Santiago del Nuevo Extremo dedicada a la ciudad.

Siga leyendo en Revista Intemperie.